Que veinte años no es nada…
Comenzaré evocando los años de finales de la década del ochenta y las circunstancias particulares en que se produjo mis primeros encuentros con la obra de Denis. Advierto que recurriré a esta especie de evocación por otras razones que no tienen, absolutamente, nada que ver con un ejercicio de la memoria o mucho menos con la nostalgia. La primera de ellas, aunque parezca divertida, no deja de tener cierto brillo de sensatez, de mesura: Denis y quien escribe estas notas somos criaturas del siglo pasado. La segunda de las razones que me compulsan a esta, llamémosle remembranza, se debe a que, al memos para mí, ella resulta primordial para comprender la trayectoria y evolución de un grupo de preocupaciones (pictóricas, existenciales, estéticas….) en la visualidad de este artista.
Por lo que regresaré a aquel pueblecito llamado Jagüey Grande, al sur de la provincia de Matanzas. (Un típico pueblo de provincia con un parque, una iglesia que apenas abría, una estación de trenes. Un típico pueblecito provinciano de costumbres, habitante y una percepción del arte no menos provinciana.) Allí entre matas de cítricos y la monótona simetría de los edificios de las ESBEC, coincidimos como instructores de arte, un grupo de creadores de todas partes del país. En su mayoría recién egresados de las Escuela Nacional de Arte. Teníamos una peña itinerante, con un discurso iconoclasta (aunque tal vez visto desde hoy no lo sea tanto) que viajaba por otros municipios de la provincia (Cárdenas, Colón, Perico, Matanzas); y a la que llamamos Todavía soñamos, una mezcla de trova, performance, poesía…También junto a las poetas Damaris Calderón y María Elena Hernández; y los artistas plásticos Ezequiel Suárez, Ángel Delgado decidimos sacar una revista alternativa que pusimos por nombre Volar los techos. Sólo a la luz de la conmoción y complejidades que trajo el arte joven en la escena cultural cubana de aquellos puede explicar esta mezcla de utopía y terrorismo cultural que ya se hace anunciaba en los nombres que elegimos para la peña y la revista. No obstante, Matanzas, que todavía sigue siendo, entre todas las ciudades que conozco, la más hostil a este tipo de propuesta, nos recibió y aplaudió.
Los cuadros de Denis Núñez, sus propuestas visuales, ideoestéticas, por entonces, estaban contaminados de esta impronta. En el tratamiento de la figuración le debían tanto a Bedia como al bad painting. No lo señalo a manera de deuda, sino para acotar que Denis, quien venía de San Alejandro había optado por hablar visualmente con un lenguaje de su tiempo. Su sello personal estaba en ciertas intranquilidades o interrogantes de carácter existencial, metafísico, que estas piezas enunciaban de manera lapidaria, cínica, en los frases que aparecían al pie del cuadro y desde una visualidad eminentemente minimalista.
Luego vinieron los años, sobre todo en la primera mitad de la década del noventa, en que el arte cubano vivió una especie de fiebre por el instalacionismo, quizás como un modo de escapar de cierta opresión espacial, morfológica, de buscar un ensanchamiento en el plano discursivo. Pero dicha práctica, en muchos artistas, se fue tornando recurrente, moda, pose. Sin embargo, no recuerdo que se halla sentido atraída por ella. Su reacción fue a la inversa: a una especie de incursiones en el ámbito procesual y de momentos de la historia del arte occidental: apropiaciones, citas, a una serie de iconos, códigos de la visualidad y la imaginería bizantina como la perspectiva frontal. A los que hacia dialogar con referentes contemporáneas, cercanos a su entorno personal. En ellos, se le confería un rol emblemático al cuerpo de la mujer negra, excluida o subalternizada por la experiencia del arte occidental.
Posteriormente, a raíz de una vista de Cosme Proenza a Matanzas y de una conferencia que impartió sobre la pintura por capas, un grupo de creadores matanceros empiezan a incursionar en ella. Fue una etapa, entre otras tantas, infeliz para la plástica matancera, de desconexión con las preocupaciones e interrogantes morfológicas, visuales, ideoestéticas del arte nuevo cubano. A lo que se vino a sumar la apertura del arte cubano al mercado turístico internacional unido a la inexperiencia y confusión de todo tipo que esto trajo entre instituciones y los creadores.
Desde el inicio de este periplo hasta la fecha han transcurrido más de dos décadas. Me detengo en este recuento, como advertí al comienzo de estas notas, porque ahora, casi veinte años después, cuando recorro la mirada por las últimas producciones de Denis creo reconocer varios de aquellos motivos, temas, ahora transformado en obsesiones “En la manada está la fuerza”, “Con mi pedacito de malecón y un montón de deseos”, “Nunca será tan oscuro ningún oscuro rincón”, “Si no fuera por los aplausos gritaría”.
Por ejemplo, en “No sé si reir o sangrar” el artista retorna a un tópico de su pintura en aquellos años. Me refiero a crucificación de San Sebastian, con tratamiento cínico, paródico. Lo significativo es los desplazamientos e inversiones que, con el tiempo, se han producido entre este cuadro y aquel enorme lienzo pintado por Denis a finales de la década del ochenta, y que tituló: “Dios tus ángeles tiraron a matar”. Si en este que acabo de mencionar el cuerpo desnudo de la mujer negra, atravesado de flechas ocupa todo el espacio pictórico. En cambio, ahora, en “No sé si reir o sangrar”, mediante una especie de autorretrato, la figura ha sido reemplazado por el busto del propio artista.
En estas obras recientes que acabo de enumeras las preocupaciones existenciales, metafísicas explican el enclaustramiento, que ocupa la figura humana en el espacio pictórico. Son las obras de mayor elaboración y densidad conceptual, donde el artista de apropia creativamente y otorgándole otras dimensiones de sentidos a un grupo de signos, códigos visuales de su generación. En esta línea el dialogo intertextual con las poéticas de Sandra Ceballos, Consuela Castañeda, Aimé García y el discurso antropológica de Bedia es palpable.
Además de otros nuevas como la del fotorrealismo que le permite construir una atmósfera surrealista, onírica. El mismo ilustra las dos vertientes fuentes de preocupaciones figurativas, estéticas entre las que oscila, en el presente, la producción de Denis. En contraste con la primera vertiente que a la que me referí en el párrafo anterior, en esta el tratamiento del espacio y su cosmovisión es diferente. La figura humana establece una especie de diálogo con el paisaje exterior. Una naturaleza y un paisaje que se torna irreal, propio de un mundo de ensueños: el mar, los peces, una cabeza de mujer de cuyos son raíces de arboles donde anidan las aves. En la pieza titulada “Después del final” un bosque de árboles talados acoge a una joven desnuda, en posición fetal. La hecatombe, la ruina, de la naturaleza como metonimia de un alma devastada. Sin embargo, en la composición a ciertas reminiscencias que permiten asociar a los troncos de los árboles talados con lo fálico, y al cuerpo de la mujer como objeto del deseo sexual.
Finalmente, debo decir que me complace este rencuentro con la obra de Denis Núñez después de veinte años. La aventura o el juego de reconocer o intentar descifrar, en estas piezas, las huellas o marcas de viejas intranquilidades en torno a la existencia y la condición humana, donde el acto de pintar y el filosofar sobre los mundos de la vida se entrelazan, se confunden y terminan siendo un solo gesto. Huellas o marcas que el tiempo y las azarosas circunstancias, que significa vivir en una isla rodeada de aguas por todas partes, no han borrado.
Alberto Abreu, Cárdenas, octubre del 2010